Un pensamiento devocional

sábado, 26 de febrero de 2011

Un pensamioento devocional...

Así dice el Señor: No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni se gloríe el poderoso de su poder, ni el rico se gloríe de su riqueza, mas el que se gloríe, gloríese de esto: de que me entiende y me conoce, pues yo soy el Señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra, porque en estas cosas me complazco--declara el Señor” – Jeremías 9:23
    Vivimos en la Era del rayo… Todo es rápido… Todo está a la mano… Podemos pedir un pollo con papas por una ventanilla de un restaurante de comida rápida, y obtenerlo al instante y sin que nos cueste mucho dinero o trabajo… Igual nos pasa con los títulos universitarios… ¡Ups! ¡Qué vergüenza! Podemos comprar títulos universitarios en la Internet, si tener que ir ni un solo día a un salón de clases, sin tener que tomar exámenes, sin pasar trabajo alguno… y ponerlos en las paredes de nuestras oficinas… con tanto orgullo… ¡Oh Señor, ten misericordia!
    Al escuchar algunas de las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo que hoy día se ofrecen, podríamos llegar a pensar que para llegar a ser un creyente maduro y firme sólo tenemos que ir a la ventanilla del Reino de los cielos a pedir: “Una orden de creyente maduro y firme… Y agrandada, por favor”… -como dice jocosamente Joyce Meyer… Lamentablemente, ese es el orden del mundo, pero no el del Reino de Dios… En el Reino todo es diferente… Para crecer se tiene que morir y menguar primero…
    Como les he dicho muchas veces, Dios tiene una fórmula para formarnos y es el torno del alfarero… El torno del alfarero es lento, doloroso y cuesta… La Escritura dice que Dios tiene una forma de revelarse a nosotros: "… precepto a precepto, mandamiento sobre mandamiento, renglón por renglón, línea sobre línea, un poquito aquí, otro poquito allá…” – Isaías 28:10- 11 (BT). Eso implica proceso y lento…
    Cuando el apóstol Pablo tuvo su encuentro con el Resucitado, mientras iba camino a Damasco (Hechos 9), ya era un hombre maduro; un maestro de la Ley, fariseo de fariseos, miembro de Sanedrín. Había estado a los pies de Gamaliel, uno de los maestros más importantes de Israel… A eso le podemos añadir que vio y oyó a Jesús Resucitado. Jesús Resucitado lo instruyó personalmente… No envió a nadie… vino Él mismo a atender a Pablo… Pero con todo, Pablo tuvo que pasar por un lento y doloroso proceso de aprendizaje antes de cumplir su llamado apostólico…
    Pablo mismo lo dice de esta forma en Filipenses 3:8 “Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo…”.  
    Bueno, la verdad es que esa declaración de Pablo fue hecha cuando era ya un anciano, muy maduro en el conocimiento de Cristo y muy procesado por el dolor. Al principio Pablo no pensó así. En Hechos 9 se nos dice que inmediatamente que Pablo recibió el milagro de la restauración de su vista y el bautismo del Espíritu Santo por la imposición de las manos de Ananías, se fue a las sinagogas de los judío a predicar a Jesús… Valientemente, con arrojo, se metió en la boca del león… Pero no le duró mucho, los judíos se levantaron en su contra y planificaron matarlo. Así que el valentón tuvo que pasar por la vergüenza de tener que ser bajado por la muralla de la ciudad, descolgándolo en una canasta… ¿Qué pasó? ¿Por qué Jesús permitió que lo persiguieran y lo callaran de esa forma? ¿No que Jesús mismo vino a proclamarlo y a llamarlo apóstol a los gentiles? 
    Hay un refrán español que lo dice de esta forma: “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
    A través del profeta Ananías Jesús le había comunicado a Pablo que era su diseño para su vida que fuera apóstol, enviado a los gentiles. Pero también le advirtió que “el camino” del creyente no era fácil, y en el caso de él tampoco lo sería. Las justas palabras del Señor fueron: “Vé, porque instrumente de elección me es éste para llevar mi Nombre delante de las naciones, y también de reyes y de los hijos de Israel (un llamado glorioso y poderoso de apóstol); porque Yo (el propio Jesús) le mostraré (le permitiré ver, experimentar) cuánto tiene que padecer por mi Nombre (mi reputación, mi Reino)” – versos 15-16.
     No, Jesús no podía permitir que Pablo, le representara todavía… Su espíritu estaba completamente sumergido en el Reino, pero su alma (sus pensamientos, sus actitudes, su conocimiento y su voluntad), estaba llena de religiosidad judaica, la cual tenía que ser sacada y reemplazada por el Evangelio de Jesucristo.  Por eso, en ese instante lo matriculó en la escuelita del desierto… Allí estaría tres años… y todavía tendría que esperar muchos otros años para que fuera ungido y enviado por el ministerio de la Iglesia a predicar…
     Yo me reconcilié con el Señor en los 70 a través de un poderoso encuentro con la muerte y la vida del Resucitado. Pero he tenido que pasar por muchos procesos de formación, pulido, pintura, brillo… antes de ser maestra del Evangelio… Cuando me convertí al Señor había sido criada por una familia religiosa que mandaba a sus hijos a la iglesia pero ellos no iban; había estado 12 años en la Escuela Primaria, Intermedia y Secundaria; había estado cuatro años la Universidad; y año y medio estudiando una maestría en Historia y Literatura humanista. ¿Podían borrarse de mi alma todos esos 18 años de entrenamiento de enseñanza humanista y greco-romano tan fácilmente?  ¡No!, ciertamente, el Señor también me tuvo que matricular en la escuelita del desierto hasta que aprendiera a distinguir el mundo del Reino. 
    Y tú, ¿ya estás matriculado en la escuelita del desierto?

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