Un pensamiento devocional

lunes, 28 de febrero de 2011

Un pensamiento devocional...

El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor, pero el que se apiada del necesitado Lo honraProverbios 14:31.
¡Soy pobre y a honra lo tengo!”- ese es la falsa humildad de alguna de nuestra gente hispana. ¿De dónde sacamos esa idea de que ser pobre es un honor? Bueno, perdónenme aquellos que no le gusta la historia, pero es precisamente ahí donde podemos encontrar la contestación. Así que trataré el tema desde ese punto de vista.
    Como sabemos, nosotros, los hispanoamericanos somos el producto de la colonización hispa europea a nuestras tierras. Los colonizadores hispanos trajeron dos cosas: su anhelo por enriquecerse rápidamente (y sin mucho trabajo) y su religión. Para enriquecerse tenían que quitarles a los habitantes de éstas tierras lo que poseían, y para hacerlo en conformidad a su religión, tenían que cristianizar a los indios y a los negros africanos. Es importante saber que cristianizar no es lo que Jesús nos mandó a hacer. Jesús dijo: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” – Mateo 28:19.
    ¿Cuál es la diferencia entre hacer discípulos y cristianizar? Hacer un discípulo es revelarle a una persona el amor y la misericordia de Dios en Cristo a través de Su Palabra; es enseñarle el plan de Dios Padre en Cristo para su vida y para el resto de la creación; es llevarlo a que evalúe su vida y decida arrepentirse por haberla vivido sin seguir el plan maestro de su Creador, que acepte la reconciliación con el Padre a través del Hijo de forma libre y voluntaria; es dirigirlo a que decida comenzar un proceso de enseñanza aprendizaje que le permita descubrir y aceptar la libertad y el diseño que Dios el Padre tiene para él en Cristo; es dirigirlo a que se levante a vivir de acuerdo a esa verdad y a esa libertad y a esa prosperidad; para darle al mundo ejemplo de lo que implica ser hijos y herederos del Creador.
   En cambio, cristianiza a una persona, es añadirla, sumarla a una organización eclesiástica a través del bautismo y el adoctrinamiento; es enseñarles a ser fiel a esa organización y a seguir sus reglas sin discusión; es almacenarlos en templos inactivos, separados de toda contaminación del mundo hasta que sus vidas lleguen a su fin.
   Los aborígenes americanos y esclavos africanos fueron obligados a la fuerza a dejar sus ídolos y sus religiones paganas y obedecer de forma total los líderes de esa organización eclesiástica y sus amos, los colonos. Los colonos europeos trajeron a nuestras tierras una religión sin verdad, sin Palabra, sin Espíritu Santo, sin sanidad; pero sobre todo, sin libertad… Los cristianizados no podían reconocer por ellos mismos en la Palabra de Dios lo que Cristo hizo por ellos ni siquiera podían aprender a comunicarse con su Padre celestial; porque el culto era conducido en latín, una lengua muerta que sólo los sacerdotes entendían.
    Y nuestra gente… le dijo sí a la religión, y a ese otro “dios” traído por los europeos hispanos; un dios cruel, despiadado, parcializado con los colonos ricos… Es como si los colonos le hubieran enseñando a nuestra gente que ellos eran tan buenos y tan buenos que les permitían hasta conocer de lejos a su dios; pero no podían acercarse a Él… Y como no había conocimiento de la Verdad, de la Palabra ni era verdadera su conversión o el arrepentimiento, los indígenas y los africanos sincretizaron, mezclaron aquel cristianismo turbio con sus religiones paganas… Y sus ídolos cambiaron de nombre y de color, pero seguían siendo sus ídolos paganos… Ahora se llamaban Pedro, María, el santo éste y el santo aquel… Pero dentro, muy dentro de ellos estaban adorando a Juracán y a Yuquiyú… a los árboles donde creían moraban sus muertos… al sol, la luna, a Changó… y cuanto ídolo conocían...
    Parte de la cristianización de los indígenas y de los esclavos africanos incluyó adoctrinarles para que creyeran que su condición de pobreza, de esclavitud, de servilismo era el “orden” establecido por Dios… La andoctrinación incluía hacerles creer que a Dios no le importaba sus vidas aquí y ahora… Que Dios había creado a los ricos y a los pobres… Ese era el orden, y así debía quedarse. Cristianizarse implicaba sufrir aquí, para ganarse el cielo con todo ese sufrimiento… Esa idea se fue metiendo en las entretelas de las almas de nuestra gente, mientras los colonos y los religiosos se cebaban de sus riquezas… Y desde entonces un espíritu inmundo de pobreza se entronó en nuestra cultura hispanoamericana.
    ¿Qué dice la Biblia al respecto? ¿De verdad a Dios no le importa nuestra vida aquí y ahora? ¿Es nuestra vida aquí un martirio que nos prepara para participar de las bendiciones que solo se pueden acceder al llegar al cielo? ¿Es verdad que Dios hizo dos clases sociales: los ricos y los pobres; y que así debe seguir siendo el sistema? Bueno para contestar esas preguntas tendremos que escribir un libro.
   Solo añadiré en este momento que Jesús dijo en Juan 10:10: El ladrón sólo viene para robar, matar y destruir. Yo, Jesús, el Hijo de Dios, la Puerta, el Camino, la Verdad y la Vida, he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”. He escuchado a muchos creyentes, usar ese texto para decir que ese ladrón es el diablo… Pero si estudiamos con cuidado el pasaje (Juan 190:1-10) nos damos cuenta de que Jesús  no se estaba refiriendo a Satanás, sino a los religiosos, a los fariseos, a los sacerdotes; aquellos se habían apropiado del redil de Dios (el pueblo de Israel). Jesús los llama ladrones, saltadores, pastores fraudulentos que no entraron por la puerta, que era Él; sino atraparon al pueblo con las tradiciones religiosas vanas, vacías, carentes de verdad bíblica y de poder. Con sus tradiciones esclavizaban al pueblo mientras ellos se enriquecían…
   Nada, cualquier semejanza con la cristianización de los aborígenes y los esclavos africanos en nuestras naciones, es pura coincidencia…
   Levantémonos hoy con la espada del Espíritu a sacar de nuestras naciones el espíritu de pobreza que les oprime.
Por: Griselle M. Trujillo   gtrujillo913@gmail.com

sábado, 26 de febrero de 2011

Un pensamioento devocional...

Así dice el Señor: No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni se gloríe el poderoso de su poder, ni el rico se gloríe de su riqueza, mas el que se gloríe, gloríese de esto: de que me entiende y me conoce, pues yo soy el Señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra, porque en estas cosas me complazco--declara el Señor” – Jeremías 9:23
    Vivimos en la Era del rayo… Todo es rápido… Todo está a la mano… Podemos pedir un pollo con papas por una ventanilla de un restaurante de comida rápida, y obtenerlo al instante y sin que nos cueste mucho dinero o trabajo… Igual nos pasa con los títulos universitarios… ¡Ups! ¡Qué vergüenza! Podemos comprar títulos universitarios en la Internet, si tener que ir ni un solo día a un salón de clases, sin tener que tomar exámenes, sin pasar trabajo alguno… y ponerlos en las paredes de nuestras oficinas… con tanto orgullo… ¡Oh Señor, ten misericordia!
    Al escuchar algunas de las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo que hoy día se ofrecen, podríamos llegar a pensar que para llegar a ser un creyente maduro y firme sólo tenemos que ir a la ventanilla del Reino de los cielos a pedir: “Una orden de creyente maduro y firme… Y agrandada, por favor”… -como dice jocosamente Joyce Meyer… Lamentablemente, ese es el orden del mundo, pero no el del Reino de Dios… En el Reino todo es diferente… Para crecer se tiene que morir y menguar primero…
    Como les he dicho muchas veces, Dios tiene una fórmula para formarnos y es el torno del alfarero… El torno del alfarero es lento, doloroso y cuesta… La Escritura dice que Dios tiene una forma de revelarse a nosotros: "… precepto a precepto, mandamiento sobre mandamiento, renglón por renglón, línea sobre línea, un poquito aquí, otro poquito allá…” – Isaías 28:10- 11 (BT). Eso implica proceso y lento…
    Cuando el apóstol Pablo tuvo su encuentro con el Resucitado, mientras iba camino a Damasco (Hechos 9), ya era un hombre maduro; un maestro de la Ley, fariseo de fariseos, miembro de Sanedrín. Había estado a los pies de Gamaliel, uno de los maestros más importantes de Israel… A eso le podemos añadir que vio y oyó a Jesús Resucitado. Jesús Resucitado lo instruyó personalmente… No envió a nadie… vino Él mismo a atender a Pablo… Pero con todo, Pablo tuvo que pasar por un lento y doloroso proceso de aprendizaje antes de cumplir su llamado apostólico…
    Pablo mismo lo dice de esta forma en Filipenses 3:8 “Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo…”.  
    Bueno, la verdad es que esa declaración de Pablo fue hecha cuando era ya un anciano, muy maduro en el conocimiento de Cristo y muy procesado por el dolor. Al principio Pablo no pensó así. En Hechos 9 se nos dice que inmediatamente que Pablo recibió el milagro de la restauración de su vista y el bautismo del Espíritu Santo por la imposición de las manos de Ananías, se fue a las sinagogas de los judío a predicar a Jesús… Valientemente, con arrojo, se metió en la boca del león… Pero no le duró mucho, los judíos se levantaron en su contra y planificaron matarlo. Así que el valentón tuvo que pasar por la vergüenza de tener que ser bajado por la muralla de la ciudad, descolgándolo en una canasta… ¿Qué pasó? ¿Por qué Jesús permitió que lo persiguieran y lo callaran de esa forma? ¿No que Jesús mismo vino a proclamarlo y a llamarlo apóstol a los gentiles? 
    Hay un refrán español que lo dice de esta forma: “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
    A través del profeta Ananías Jesús le había comunicado a Pablo que era su diseño para su vida que fuera apóstol, enviado a los gentiles. Pero también le advirtió que “el camino” del creyente no era fácil, y en el caso de él tampoco lo sería. Las justas palabras del Señor fueron: “Vé, porque instrumente de elección me es éste para llevar mi Nombre delante de las naciones, y también de reyes y de los hijos de Israel (un llamado glorioso y poderoso de apóstol); porque Yo (el propio Jesús) le mostraré (le permitiré ver, experimentar) cuánto tiene que padecer por mi Nombre (mi reputación, mi Reino)” – versos 15-16.
     No, Jesús no podía permitir que Pablo, le representara todavía… Su espíritu estaba completamente sumergido en el Reino, pero su alma (sus pensamientos, sus actitudes, su conocimiento y su voluntad), estaba llena de religiosidad judaica, la cual tenía que ser sacada y reemplazada por el Evangelio de Jesucristo.  Por eso, en ese instante lo matriculó en la escuelita del desierto… Allí estaría tres años… y todavía tendría que esperar muchos otros años para que fuera ungido y enviado por el ministerio de la Iglesia a predicar…
     Yo me reconcilié con el Señor en los 70 a través de un poderoso encuentro con la muerte y la vida del Resucitado. Pero he tenido que pasar por muchos procesos de formación, pulido, pintura, brillo… antes de ser maestra del Evangelio… Cuando me convertí al Señor había sido criada por una familia religiosa que mandaba a sus hijos a la iglesia pero ellos no iban; había estado 12 años en la Escuela Primaria, Intermedia y Secundaria; había estado cuatro años la Universidad; y año y medio estudiando una maestría en Historia y Literatura humanista. ¿Podían borrarse de mi alma todos esos 18 años de entrenamiento de enseñanza humanista y greco-romano tan fácilmente?  ¡No!, ciertamente, el Señor también me tuvo que matricular en la escuelita del desierto hasta que aprendiera a distinguir el mundo del Reino. 
    Y tú, ¿ya estás matriculado en la escuelita del desierto?