“Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”-Sal. 27:4. Estudiemos- Apocalipsis 1:1-20; 4:1-11
Esta madrugada, durante mi periodo de oración, comprendí algunas cosas que quiero compartir con ustedes. El Espíritu Santo me llevó al capítulo 4 de Apocalipsis, el relato del vidente Juan acerca de la adoración celestial. Juan estaba cautivo, por causa del Evangelio, en la desértica y rocosa isla de Patmos-Ap.1:9. Era un anciano de noventa y tantos años, todos los otros discípulos ya habían muerto. Pero él había permanecido vivo, porque Jesús le había prometido que no iba a morir hasta que le viera viniendo en gloria- Mt. 16:28. ¿Por qué le fue prometido esa extraordinaria revelación a Juan? Bueno, la Biblia no lo dice; pero la Biblia sí dice que aquellos que son diligentes en buscarle, aquellos que anhelan intimidad con él, le encuentran-1 Crónicas 28:9.
Dios siempre está buscando gente entendida que anhele buscarle- Sal. 14:2; 27:4. Juan demostró que le anhelaba… Cuando Juan apenas era un jovencito, desechó todo lo que tenía, todo lo que la vida le podía ofrecer (compañía de su padre y hermanos, el negocio de la pesca de su padre, la estima de los hombres, el placer, buscar novia y casarse, etc.), por el sencillo placer de recostarse en el pecho de su Creador- Jn. 13:25; Col 1:16.
Jesús ha prometido que “el que busca, haya; a aquel que llama, se le abrirá y aquel que pide, recibe”- Mt. 7:7. Obviamente, el corazón de Juan estaba anhelante de que Jesucristo le fuese revelado en toda su majestad y gloria; por eso, se le concedió ese privilegio. Si Juan se hubiese muerto antes de tener esa extraordinaria revelación, de todas formas hubiera visto a Jesucristo siendo adorado en toda su Majestad en el cielo; pero nos hubiera dejado sin el conocimiento de esa adoración y gloria. Jesús quería que el ya maduro Juan, escribiera en cartas todo lo que le fue revelado, para conocimiento de la Iglesia. Me imagino a Juan en agonía de espíritu, pidiendo, reclamando aquella revelación… Su corazón palpitaba por una sola cosa:
- “¡Señor, quiero verte venir en toda tu majestad y gloria! Me lo prometiste, estoy aquí en ayuno y oración, separado para ti, para que tú abras mis ojos espirituales para verte. Estoy dispuesto a pagar el precio que sea con tal de verte y de cumplir tu anhelo”.
Juan vivió anhelando el cumplimiento de la palabra profética que Jesús había pronunciado unos 60 y tantos años; la cual no había regresado al Padre sino que gravitaba alrededor de él hasta el tiempo de su cumplimiento-1 Timoteo 4:12-1; Isaías 55:11.
Muchas veces estuvo al borde de la muerte, pero en su corazón, Juan se agarraba a la vida diciendo:
- “¡No, no voy a morir!… Él me prometió que lo vería en toda su majestad y gloria antes de morir… ¡Yo quiero verte! ¡No quiero morir sin que se cumpla tu palabra para mí! ¡Ven Amado mío, déjame ver tu gloria!”- Ap. 22:20.
¡Oh, mi corazón palpita fuertemente esta madrugada, porque sé que es el diseño, el trazo de Dios para mí y para ti que le veamos alto, exaltado, coronado de gloria y majestad; y yo quiero agarrar esa Palabra y correr con ella hasta que sea cumplida, aquí y ahora en la tierra de los vivientes!
¿Estarías dispuesto a todo con tal de verle? Anhelemos como Juan, ver a Jesucristo en gloria.
Por: Griselle M. Trujillo gtrujillo913@gmail.com
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