Un pensamiento devocional

lunes, 11 de abril de 2011

Un pensamiento devocional...

Ahora me alegro de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por Su cuerpo, que es la iglesia.”- Colosenses 1:24.
    La Iglesia ha perdido su pasión por alcanzar las almas… Se conforman con satisfacer su alma con las reuniones eclesiásticas… La mayoría de las congregaciones se reúnen unas 220 veces al año (de 365 días del año).  Pero la verdad es que en ningún lugar del Evangelio de Jesucristo se establece ese modelo de iglesia. Para Jesús Su Iglesia es aquella que va por el mundo a proclamar Su nombre sin avergonzarse, dispuesta a pagar el precio que sea. No me parece que Jesús se refiriera al tiempo que pasamos sentados en las sillas confortables de un santuario cuando nos dijo: “Id y hacer discípulos a todas las naciones”- Mateo 28:19-20. Tampoco me parece que eso fuera lo que el Resucitado le quería decir a Saulo de Tarso cuando lo transformó camino a Damasco: Ve, porque él me es un instrumento escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel; porque Yo le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre.. ¡Ups! ¿Padecer por Su Nombre, defendiendo Su reputación? No me parece que la mayoría de los creyentes que conozco ni siquiera piensan en tener que soportar que alguien lo menosprecie porque es creyente… Pero esa es la realidad de millones de creyentes en el mundo, tienen que morir por su fe en Cristo. Este testimonio lo atestigua…
    José era un alto y fornido luchador “massai”; que se había convertido a Cristo mientras caminaba por polvoriento camino africano, otro caminante le había hablado acerca del amor de Cristo y del perdón de pecados en Él. Desde entonces, José se convirtió en un fiel creyente de Jesucristo, y en un valeroso testigo de la cruz. Desde entonces una gran llama comenzó a arder en su corazón: “Tengo que irle a presentar a Cristo a mis vecinos 
    José relató su experiencia evangelizadora de la siguiente forma:
   Después de mi conversión, estaba tan emocionado y alegre que quería que todos en mi villa le conocieran también. Así que fui puerta diciéndoles a todos la historia que había cambiado mi vida. Para mi sorpresa mis vecinos no solo se mostraron indiferentes ante el nombre de Cristo, sino que también se pusieran hostiles. Dos hombres me aguantaron en el piso mientras las mujeres me golpeaban. Fui arrastrado hasta las afueras de la ciudad, y dejado allí por muerto. De alguna forma, recobre el conocimiento y me fui arrastrando hasta las cercanías de un hoyo con agua, donde pase algunos días en semi inconciencia; hasta que recobre las fuerzas para ponerme de pie.
    Me sentía confundido por el trato que aquellos mis vecinos me habían dado; habían sido mis amigos toda la vida. Al fin pensé, que ellos me habían golpeado porque no me había comunicado correctamente. Así que comencé a practicar lo que les diría, una y otra y otra vez. Cuando me sentí confiado y preparado, camine hasta la villa para volver a contarles a mis vecinos la maravillosa historia de la salvación en Cristo. Fui cabaña por cabaña relatándoles la historia. De nuevo me amarraron en el piso me golpearon hasta que las primeras heridas volvieron a abrirse. Inconsciente ya me volvieron a arrastrar hasta la salida del poblado y allí me dejaron esperando que muriera pronto. Dos días después desperté, con heridas y golpes; pero todavía con vida.
    Por tercera vez me levante para ir cabaña por cabaña a decirles a todos acerca del maravilloso amor de Jesús… Pero esta vez ellos me estaban esperando ni siquiera me dejaron hablar. Volvieron a tirarme al suelo y a golpearme hasta volver a quedar inconsciente… Pero esta vez cuando desperté dos días después, estaba en una cama; los dos tipos que me aguantaron para que las mujeres me golpearan ahora eran mis enfermeros; y todos en la villa se habían convertido a Cristo” – tomado de Immanuel, de Michael Cord; pag. 172-174.
    Pidámosle al Espíritu Santo que ponga en nosotros una pasión tan grande por las almas, que no nos importe el precio que tengamos que pagar para alcanzarlas.  

Por: Griselle M. Trujillo   gtrujillo913@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario