Un pensamiento devocional

miércoles, 20 de abril de 2011

Un pensamiento devocional...

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”- Mateo 10:38, 16:24; Marcos 8:34; Lucas 9:23, 14:27;
    Catherine Marshall y Peter Marshall se casaron  en el 1936, ella estaba recién graduada de la universidad.  Y se establecieron en Washington DC, donde Peter había aceptado el puesto de pastor principal en la Iglesia Presbiteriana de la Avenida Nueva York, además sería el Capellán del Senado de los Estados Unidos de América.
    Siete años después, Catherine contrajo tuberculosis; enfermedad para la que no había cura en ese entonces. Catherine pasó dos largos años en cama sin poder atender a su esposo ni a pequeño John, que para ese entonces tenía tres añitos. Como creyentes en Jesucristo, Peter y Catherine hicieron todo lo que la Biblia dice acerca de la oración de fe, pidiendo la sanidad: oraron, ayunaron, proclamaron la Palabra, vigilaron y le pidieron a todos sus amigos y compañeros que se unieran con ellos en ese proceso de oración. Pero nada parecía funcionar; al contrario, su condición empeoró. Entonces, pensó que estaba enferma porque tenía algún pecado oculto. Así que pidió un cuaderno y comenzó a escribir en él cada pecado conocido o imaginado… Se arrepintió por cada uno, se cubrió con la sangre de Cristo y proclamó liberación. Pero siguió igual… No había contestación a sus oraciones y esfuerzos… El cielo parecía de plomo…
    Frustrada, Catherine decidió darse por vencida… y se lo comunicó a Dios a través de una oración, que ella llamó: la oración del abandono y la renuncia. En esa oración le decía a Dios que como creyente había hecho todo lo que sabía y estuvo a su alcance para ser sanada, pero que nada había resultado. Le confesó a Dios detestaba estar enferma, pasar los días enteros mirando las paredes de su habitación sin siquiera darle un beso a su pequeño. Detestaba, le frustraba saber que su esposo y su pequeño la necesitaban tanto y ella no podía servirles; y que por todo eso anhelaba con todo su corazón ser sanada.  Y añadió:
- “Padre, me rendí… He decidido aceptar cualquiera que sea Tu voluntad. Si Tú decides que lo mejor para mi vida es que me quede aquí postrada, lo aceptaré: me quedaré en esta cama sin murmurar el resto de los días que Tú me permitas vivir. Señor yo rindo todos mis derecho y anhelos en este asunto, acepto tu perfecta voluntad. ¡Amén!”.
    En ese mismo momento, al terminar su última frase, Catherine Marshall comenzó a sanar… Poco a poco, la infección se fue y Catherine quedó completamente libre de la tuberculosis y de sus consecuencias en muy poco tiempo.
    ¿Por qué Dios no la sanó antes? ¿Por qué esperó hasta que ella renunció a todos sus derechos y anhelos para sanarla? ¿Por qué fue tan efectiva esa la oración del abandono y la renuncia? ¿Por qué logró lo que las otras oraciones, los ayunos, las vigilias, las proclamaciones de la Palabra y las oraciones en acuerdo con otros creyentes no pudieron lograr?
    Catherine Marshall lo explicó de la siguiente forma:
En ese momento no lo entendí.  Pero al ir madurando en edad y conocimiento de Dios, me di cuenta de que el renunciar a mis derechos implicaba decirle a Dios que lo importante no era mi sanidad ni mi liberación  sino que lo importante era que Su perfecta voluntad para mi vida se cumpliera. La Escritura dice que Él tiene planes de bien y no de mal para nosotros; y quiere darnos el futuro y la esperanza que esperamos – Jeremías 29:11. Pero para que esos planes perfectos de Dios se realicen es necesario que estemos muertos a nuestros derechos y anhelos. Al madurar me di cuenta de que Dios requería que renunciara a mis derechos porque los planes de Él nunca se hubieran cumplido en mí si aquel día no hubiera renunciado a todo. Al mirar mi vida en retrospección, me doy cuenta de que aquella oración me capacitó para renunciar a todas aquellas otras cosas que la vida me requeriría renunciar. Por ejemplo, años después tuve que renunciar a mi derecho de estar casada con mi esposo, pues en el 1949, murió de un ataque al corazón. Desde entonces mi vida ha sido una larga cadena de renuncias a mi criterio personal y natural para alcanzar la victoria sobrenatural que hoy disfruto.”
   Y tú, ¿estás peleando con Dios por aquello que consideras tus derechos? ¿Crees que Dios ha sido injusto contigo por no haberte concedido aquella petición o anhelo? Pues déjame decirte  que estás peleando porque aceptaste que Jesucristo sea tu Salvador pero todavía no has decido que sea tu Señor. Peleas porque tu alma y tu cuerpo están en control, al mando, gobernando. Para ser un creyente victorioso se necesita que crucifiques tu alma y tu cuerpo cada día.
    Hoy es un buen día para comprender que el creyente verdadero, aquel que ama al Señor sobre toda cosa, aquel que está bien muerto a sus delitos y pecados y aquel en el que el espíritu está al mando – Romanos 6:1-23
Griselle M. Trujillo   gtrujillo913@gmail.com

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