Un pensamiento devocional

viernes, 15 de abril de 2011

Un pensamiento devocional...

En Él (Cristo) tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia”; “Y aunque vosotros antes estabais alejados y erais de ánimo hostil, ocupados en malas obras, sin embargo, ahora Él (Cristo) os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su muerte, a fin de presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él… -Efesios 1:7; 2:1, 13; Colosenses 1:19-22.
  Como sabemos, todo, absolutamente todo lo que se relata en el Antiguo Testamento es sombra y figura de nuestra salvación y redención y bendición eterna en Cristo – Hebreos 8:5.
   Esta madrugada mientras hacía mi devocional, comencé a darle gracias a Jesús por su sangre, por su sacrificio en la cruz… Le decía:
- “¡Tu sangre, cuánto amo yo Tu poderosa sangre, Jesús! Gracias por tu sangre… Tu sangre es tu vida… derramada en un burdo y cruel madero en lugar de mi pervertida e inútil vida…Tu sacrificio y Tu resurrección son mi victoria completa…
   Comencé a cubrir mi cuerpo pecaminoso con esa sangre; mis pensamientos pervertidos, con esa sangre y mi espíritu, con esa sangre. Realicé que estaba delante del Trono del Padre, y que era bienvenida; que podía entrar con confianza a pesar de lo que he sido y a pesar de lo que soy y a pesar de que el Padre sabe lo que seré… Di mil gracias por ese privilegio y oí la voz del Espíritu que me dijo:
 - “Griselle, arrebataste la bendición como Jacob…
     ¿Qué quería decirme el Espíritu Santo con eso? Para entenderlo en su totalidad volví al capítulo 27 de Génesis… Allí, Jacob (el tramposo, el que necesitaba ser reformado), engaña a su padre Isaac, tomando el lugar de su hermano mayor Esaú para robarle la bendición de su padre moribundo… La herencia y la bendición le pertenecían a Esaú por derecho de primogenitura, pero la obtuvo Jacob por conocimiento y pasión.
    Desde que estaba en el vientre, Jacob tuvo un corazón diferente al de Esaú: anhelaba con gran pasión la bendición, Estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ella; mientras su hermano Esaú, la menospreció… Ese anhelo lo hizo engañar a su padre, cubriéndose con la piel de un cordero (símbolo de Jesucristo)… cocinar un guisado (símbolo de ofrenda y adoración) y lo trajo al Padre buscando la anhelada bendición… Isaac, el padre, estaba ciego y no veía bien… Pero al oler, no olió a Jacob, al palpar no palpó la suave piel de Jacob; sino que olió a su hijo mayor y palpó a su hijo mayor Esaú. Era una falsa representación, pero era también pasión y anhelo de ser bendecido y de ser heredero… Entonces, Isaac dio la bendición y la herencia a su hijo menor, Jacob… ¡Aleluya!
    Como sabemos esa acción le costó muy cara a Jacob, pues tuvo que huir a las tierras de su abuelo materno hasta que se aplacara la ira de su hermano… Allá en la tierra de Oriente, Jacob fue matriculado por 21 largos años en la escuela del Espíritu, donde su alma fue preparada para gobernar con corrección la herencia que había obtenido por sustitución. Allá Jacob, el tramposo, fue mudado, formado en Israel el príncipe, en el heredero- Isaías 43:1.
    Esta madrugada entendí que esa historia de Jacob que es transformado en el Israel de Dios, es también mi historia. Jesucristo, el Hijo de Dios es el heredero y el que ha recibido toda bendición y todo poder por derecho de primogenitura y por obediencia. Pero yo, la “Jacoba”, la tramposa… tengo un anhelo ardiente dentro de mi corazón de llegar a la presencia del padre, de ser heredera y princesa del Reino de mi Padre, del Eterno Padre celestial… Anhelo y anhelo, arde mi corazón por obtener esa herencia. Y entonces, un día, sin entenderlo en su totalidad entré con violencia (Mateo 11:12), con atrevimiento y pasión, escondida detrás de la multitud… como la mujer del flujo de sangre, toqué las filacterias de Su manto (Su promesa, Su Palabra) y me escondí dentro del Hijo… Me perfumé con su preciosa y santa sangre, me escondí en su perfecta obediencia, en su vida santa… y en ese instante fui salva y justificada como Él sin merecerlo… Por dentro, seguía siendo Jacoba, madera de acacia retorcida y seca; pero olía al Hijo y me asemejaba al Hijo… Y temblando me acerqué al Trono…
    Y el Padre olió y tocó… Y dijo: “La voz se parece a la de esta muchachita rebelde e intemperante, Griselle la Jacoba… Pero al oler, huelo a la sangre de mi Amado Hijo y al palpar, palpo la obediencia perfecta de mi Jesús. ¡Oh sí, te extiendo el cetro… Puedes entrar, eres mi hija amada y en ti se complace mi alma”.
    ¡Aleluya! Y me acerqué, pero Su amor y Su perdón entraron por cada poro de mi cuerpo… Y fui sanada y fui transformada… Y mi Nombre fue cambiado y se me dio un futuro y una esperanza…
      Entonces, no pude hacer otra cosa que caer a sus pies y llorar, y llorar y llorar; porque sin merecerlo era amada y me habían aceptado en el trono… ¡Gracias Amado mío por tu sangre!
Por: Griselle M. Trujillo   gtrujillo913@gmail.com

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